Mi mejor amiga sufrió un accidente y, como buen amigo, me ofrecí a cuidarla mientras se recuperaba. Entre risas y momentos de cercanía, la tensión entre nosotros fue creciendo hasta que rompimos cualquier barrera. Lo que comenzó como cuidados inocentes terminó convirtiéndose en una sesión de terapia muy especial, donde mi atención fue mucho más allá de lo esperado, y su recuperación se volvió mucho más placentera.